jueves, 10 de abril de 2014

Sin edad


Fotos: Alba Balsa y Lola Pena.
Descendió del autobús poniendo por delante el bastón en el que se apoyó para bajar los tres escalones. En cuanto tuvo los dos pies en el suelo enderezó la espalda, se recolocó la chaqueta y la gorra, y dirigió sus pasos hacia el gran portalón metálico. Desde la misma entrada del parque ya se podía ver la explosión de colores. Las plantas recubiertas de flores desprendían un aroma dulce. Un paseo tranquilo y soleado parecía lo mejor que se podía hacer en aquel momento.

Así lo hizo Ramiro. Todavía tenía tiempo para llegar puntual a su cita. Su paso ligero ya le había abandonado por eso siempre salía de casa con tiempo de sobra para llegar a los sitios. Poco a poco se fue adentrando entre los árboles. Sus zapatos se fueron manchando con el polvo que levantaba al andar sobre la arena. Continúo andando hasta llegar a su rincón favorito del parque. Un banco frente a un pequeño estanque a la fresca sombra de un castaño de Indias constituía para él todo un paraíso en aquella inhóspita ciudad.

Allí se sentó. Se sacó la gorra y se secó el sudor de su pelada cabeza con un pañuelo que llevaba en el bolsillo de atrás del pantalón. Intentó tranquilizar su agitada respiración. El esfuerzo que había hecho para llegar puntual a su cita le hizo apurar un poco el paso y ahora se encontraba fatigado. Pero el esfuerzo había merecido la pena. Ramiro estaba contento. No sólo había llegado puntual sino que incluso se había adelantado unos minutos de la hora prevista. Tenía tiempo para recuperarse.

La visión del pequeño lago y la soledad del entorno le daban paz. Poca gente llegaba a aquel rincón escondido del parque. Para Ramiro aquel espacio se había convertido en su pequeño descubrimiento. Sólo había dos o tres personas que sabían que podían encontrarlo por allí en cuanto el sol salía de entre las nubes.

Una sonrisa comenzó a dibujarse en el rostro de Ramiro. Por el camino de la derecha que daba acceso al lago se estaba acercando Daniela. El corazón de Ramiro comenzó a acelerarse. Esperaba que los nervios no lo traicionaran. Hacía tantos años que se había quedado viudo que jamás pensó que pudiera volver a sentirse tal y como se sentía. Era de nuevo un chiquillo de veinte años citándose con su novia en el lago del parque. Así se sentía y no lo podía remediar.

- "Buenos días Ramiro"- dijo Daniela según se iba acercando al banco en el que se había sentado Ramiro.
- "Buenos días Daniela".
- " ¡Pues sí que es usted puntual! No esperaba encontrarle ya aquí".
- "Pues ya ve. Salí con tiempo esta mañana de casa y llegué antes de lo pensado" - contestó Ramiro a modo de excusa.

Daniela se sentó entonces al lado de Ramiro y agarrándole del brazo se acercó a su mejilla para darle un beso. El corazón de Ramiro iba a mil por hora. La vieja maquinaria respondía alegre a la nueva emoción, a los nuevos sentimientos. Hacía tiempo que Ramiro no se sentía tan feliz. Volvía a ser joven; volvía a sentirse sin edad.

(Publicado en MeGustaEscribir)

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