miércoles, 22 de mayo de 2013

Sólo pienso en ti




La tierra estaba muy seca, cuarteada, esperando una lluvia que no terminaba de llegar. De entre las grietas salió una lagartija de cola azul que se escabulló rápida cuando descubrió la presencia de Berta. Así es como le gustaba que la llamasen. Su nombre completo, Roberta, siempre le había parecido que la hacía más vieja. Aunque ya no era una niña, Berta quería creer que aún le faltaban muchos años para ser lo que se suele llamar una persona asentada.


Continuó caminando sobre la tierra reseca buscando la orilla del agua. El nivel de agua del embalse había descendido tanto que más de la mitad de su viejo pueblo había quedado al sol. Desde donde estaba ya podía ver el campanario de la iglesia. Le faltaba la campana que se la habían quitado antes de la inundación para podérsela poner al campanario nuevo. Así por lo menos el sonido de las campanadas seguía siendo el mismo.


El pueblo estaba en la parte baja de las montañas, al borde del río. Era lo más lógico. El río les daba alimento, les daba el agua con la que lavarse y cocinar, les servía para lavar la ropa… Vivir lejos del río cuando ella era pequeña era una locura. Suponía más trabajo y estar apartado de la vida diaria del pueblo que se desarrollaba en el río o en la Plaza de la Iglesia. Esta plaza se empleaba para las celebraciones religiosas o para las celebraciones civiles convirtiéndose en la Plaza Mayor o en el campo para las fiestas según la ocasión. Allí estaba el ayuntamiento, el colegio y el colmado de Don Antonio que hacía las veces de taberna y de tienda de comestibles y ropa. Allí estaba todo…


Berta iba recordando sus momentos de juegos en la plaza mientras continuaba bajando por el camino que llevaba a la entrada del pueblo. ¡Cuántas veces habían subido y bajado por ese camino! Mientras fue pequeña no muchas, pero cuando acabó en el colegio y tuvo que ir a estudiar al convento de monjas de la capital subía y bajaba ese camino para poder coger el autobús de línea que pasaba por la carretera general. La carretera no llegaba al pueblo, sólo ese camino.


Su prima Manuela le había dicho que sus casas también habían quedado al aire con el descenso de aguas del embalse. Berta no sabía si atreverse a ir hasta allí. Era muy posible que ver su casa destruida en parte por las aguas de su amado río le trajera tristeza, añoranza y no estaba segura que pudiera soportar esa sensación.


Al fin y al cabo en el antiguo pueblo enterrado por las aguas había dejado enterrada también su infancia y gran parte de su juventud. El  primer amor y el primer desengaño que una mujer sufre son sentimientos y personas que no nunca olvida. Y ella los tenía enterrados allí.



Desde el nuevo pueblo, en lo alto del valle, se veía todo el embalse y sabías que allí debajo estaba también una parte muy importante de tu vida. Pero estaba allí, bajo el agua, inalcanzable para la mano.


Hasta ahora… La sequía que estaban sufriendo en la zona había venido también para secar su alegría, sus ganas de vivir. Se tenía que enfrentar de nuevo a viejos fantasmas que ya tenía olvidados.


Las paredes de la iglesia que sostenían el campanario seguían en pie.  También estaba en buen estado la entrada principal. El resto del edificio se había ido derrumbando.


De la parte de atrás de la iglesia salía la empinada calle que llevaba hasta su casa. Al poco de comenzar a subir, Berta vio el hueco en donde antes estaba la ventana de su cuarto. El corazón se le aceleró tanto que parecía que le dolía.


De repente sintió un escalofrío en la espalda, como si algo muy frío acabara de pasar por detrás de ella. Se giró, pero no había nadie. Quién iba a estar allí. Las emociones que estaba experimentando en aquellos momentos le estaban jugando una mala pasada. Nunca pensó que volvería a estar en aquella calle, frente a su casa. El día que el agua del embalse la cubrió por completo fue el comienzo de una nueva vida. Su familia y ella dejaron aquella casa, aquel pueblo, obligados por unas leyes que no les respetaron. Era por el bien común, por el progreso del país, les dijo el alcalde. Pero lo cierto es que nadie pensó en ellos ni en lo que dejaban allí sumergido.


Berta puso una mano sobre la pared de su casa. Fue entonces cuando, en silencio, ya no pudo contener más su tristeza y las lágrimas comenzaron a recorrer su rostro. Apoyó su frente sobre la piedra  dejando que toda su pena saliera. Era como si hubiera llegado al final del camino después de tantos años andando.



Volvió a sentir el frío bajando por su espalda, pero ahora con más intensidad, como si alguien la hubiera rozado con una mano helada. Levantó la cabeza y girándola a derecha e izquierda miró entorno suyo, pero no había nadie. Estaba comenzando a ponerse un poco nerviosa. Tal vez no debería de haber bajado hasta allí ella sola. Manuela se había ofrecido a acompañarla, sin embargo, ella prefirió enfrentarse a sus recuerdos en soledad. Ahora ya no estaba tan segura de que hubiera sido una buena idea.


Berta tenía que desandar todo el recorrido que había hecho por el pueblo para poder salir de él. Aquel camino era la única entrada y salida el pueblo. Así que hizo de tripas corazón, miró por última vez su antigua casa y comenzó a bajar la calle en dirección a la iglesia  y a la plaza. Sin embargo no pudo avanzar. Dos manos la sujetaban con fuerza para que no pudiera andar. ¿Qué le estaba sucediendo? Muy asustada buscó a la persona dueña de esas manos. Sin embargo allí no había nadie, no veía a nadie…


Una voz susurrante procedente del descampado que había por detrás de su casa la llamaba para que fuera hacia allí. Las invisibles manos tiraban de ella en esa dirección. Pero no quería mover sus pies. El miedo y la lógica le impedían ir en esa dirección.


Aquel descampado antes era un prado muy hermoso. Allí sacaba su padre una mesa y unas sillas los días del patrón del pueblo para celebrar la comida con los familiares venidos de otras localidades; allí ponía su madre a blanquear la ropa que lavaba en el río los días de sol; allí jugaba Berta con sus amigos cuando los quehaceres diarios se lo permitían; y, allí le robó su primer beso François, el hijo de unos vecinos del pueblo que habían emigrado a París en busca de una vida mejor.


Y desde allí la llamaba ahora aquella voz para que fuera. Las fuerzas de Berta comenzaron a flaquear. No podía luchar más contra aquellas manos, contra aquella fuerza que tiraba de ella y que la obligaba a ir dando pasos en dirección a la voz. Así que se dejó llevar, qué otra cosa podía hacer.


Ante ella apareció un joven cuyo rostro se le hizo muy conocido. Estaba muy pálido y delgado, como si estuviera muy enfermo. Su sonrisa la tranquilizó. Ella conocía a aquella persona, estaba segura, pero no recordaba quién era.


.- “He estado mucho tiempo esperándote, Berta, pero el agua no me dejaba verte. Menos mal que ahora ya estás aquí”.

.- “¿Quién eres?” – preguntó Berta con un hilo casi inaudible de voz.


.- “¿Tanto he cambiado? La tuberculosis casi me mata, pero al final pude yo más que ella. Tenía que regresar a tu lado y aquí estoy.”


No podía ser… era Ramiro quién estaba ante ella.  Su muerte la había dejado envuelta en una tristeza tal que hasta muchos años después no había conseguido rehacer su vida. Y ahora estaba allí, frente a ella. La tuberculosis a la que él creía que había vencido lo había matado.


.- “Sólo pienso en ti, Berta, y no me puedo ir” – dijo Ramiro estirando sus brazos hacia la mujer.


.- “Yo no te puedo acompañar, Ramiro. Todavía tengo mucho que hacer en esta vida, en este mundo. Lo siento, pero no me puedo ir contigo”.


En el instante en que Berta terminó de decir estas palabras estalló un fogonazo de luz que la deslumbró. Se tapó los ojos con las manos y al destapárselos descubrió que Ramiro había desaparecido. Tan sólo unos segundos antes había tenido ante sí al gran amor de su vida muerto hace muchos años en tierras lejanas. Él también había emigrado buscando una vida mejor. En cuanto tuviera unas condiciones de vida dignas regresaría para casarse con ella y llevársela a vivir con él. Berta se dio la vuelta y comenzó a bajar la empinada calle camino de la vieja iglesia. Todavía no podía creer lo que acaba de vivir.


.- “La muerte se encargó de separarnos, Ramiro, y yo tuve que aprender a vivir sin ti” – se dijo Berta para sus adentros. "Con lo felices que podíamos haber sido tú y yo...".

8 comentarios:

  1. Me ha encantado. Has logrado un clima de tensión y misterio que engancha de principio a fin. Muy bien contado. ¡Felicidades! Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Juana por tus palabras. Me alegra que te haya gustado mi relato. Un saludo

      Eliminar
  2. ¡Hola!quería informarte de un proyecto que tengo en marcha en mi blog, en el que me gustaría con escritores aficionados de calidad. Me gustaría construir una sección donde nuevos talentos, nuevas promesas, o artistas que se quieran dar a conocer, publiquen sus trabajos. Me interesan mucho nuevas obras literarias, en cualquier formato, capítulos o cuentos breves, y creo que la tuya podría tener muy buena aceptación. Así que si quieres que publique algo en mi blog, sólo has de decírmelo. Pondríamos una ficha biográfica tuya con datos profesionales y de contacto que consideres oportunos. Así, difundimos tu obra y a la vez dotamos a mi blog de un contenido muy interesante. Espero que te interese la propuesta, házmelo saber contactándome en la pestaña de 'Contacto' de mi blog, en la barra lateral derecha. Un saludo.
    http://humanidadesyalgomas.blogspot.com.es/

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por la invitación, Patricia. Me pasaré por tu blog para ponernos en contacto. Será un placer. Un beso.

      Eliminar
  3. A mí, también me gustó. Triste vida la de Berta. Es mejor no pensar en lo que pudo ser, y no fue.

    Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La vida da muchas vueltas y nunca sabemos lo que nos deparará. Quién sabes, quizás la suerte de Berta comience a cambiar.
      Gracias por leerme. Es un placer que te haya gustado el relato.
      Y bienvenido al blog como miembro del mismo. Gracias también por unirte. Un saludo.

      Eliminar
  4. Excelente brevedad, debería publicar más microrelatos como este e incluso atreverse con algunas palabras más, no parece que le resulte difícil mantener el clima de tensión y la tristeza en el ambiente.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por los ánimos. Intentaré hacer caso de tus consejos luchando contra la brevedad de mis textos. Es el espacio en el que me siento más cómoda escribiendo pero a veces hay que arriesgar para seguir avanzando. Ya veremos si soy capaz.
      Muchos besos.

      Eliminar