martes, 15 de mayo de 2012

Verano de 1962

El silencio lo envolvía todo pero Eva María era muy pequeña para percatarse. Una vez que caía rendida sobre el jergón de su cama se quedaba dormida casi al instante. Un colchón relleno de hojas de maíz secas envolvía su diminuto cuerpo durante las noches de verano en casa de sus abuelos.

En la cama de al lado dormía su hermano. Y más allá, sus tías solteras. Solamente los abuelos tenían una habitación propia. El resto de la familia dormía en aquel cuarto grande y cuadrado. Las camas quedaban separadas por unas largas cortinas blancas hechas con sábanas viejas que se desplegaban durante la noche.

En el piso de abajo también reinaba el silencio. Sólo se habían acostado los dos niños. Los adultos permanecían en la cocina sentados en los bancos a los lados del fuego. La tristeza y la preocupación que reflejaban sus ojos les impedían articular palabra.

Otras noches permanecían también en silencio sentados entorno a la lareira atentos a los sonidos que emitía la radio. Sin embargo aquella noche era distinta. Al sonar las doce campanadas del reloj de pared tía Petra metió la mano en el bolsillo del mandilón y sacó de él un rosario. Al verla abuela Palmira y tía Vicenta la imitaron. El resto bajaron sus cabezas y juntaron sus manos en señal de oración.

"Vamos a rezar para que la Virgen ayude a Pepe a tener un buen viaje hasta Buenos Aires. Que el Señor le proteja y le ayude"- dijo tía Petra al tiempo que besaba la cruz del final del rosario. Esa fue la señal para comenzar la oración aquella noche de finales de julio de 1962. América estaba muy lejos y Pepe necesitaría toda la ayuda posible.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Recuerdos de infancia


Siempre era por Navidad. Los carromatos del circo formaban una bulliciosa cola multicolor por la avenida principal. Los altavoces anunciaban a los payasos, a los equilibristas, a los domadores...; leones, tigres, algún elefante... pero todo eso a mí me daba igual. Me ponía triste ver a aquellos animales encerrados en sus jaulas o caminar por las calles amarrados con gruesas cadenas en sus cuellos o pies.

Sin embargo, olvidaba toda esa triteza porque también sabía que mi momento preferido del año estaba por llegar. No era porque faltaran pocos días para que vinieran los Reyes Magos. Siempre se habían acordado de mí, aunque fuera con una simple muñeca. Yo me portaba bien casi todo el año pensando en el nuevo juguete que me traerían sus tres majestades.

Dejaba a mis amigas viendo el desfile de carromatos y me marchaba corriendo por las calles a esperar con impaciencia en la Plaza Mayor. Me asomaba a la ventana de mi habitación y esperaba...

Al día siguiente al despertar estaba ahí. Con sus maderas pintadas de mil colores, con sus luces que a mí me parecían millones de estrellas. Y mi corcel... él también estaba allí, confiado en que un año más montaría sobre su lomo para recorrer con él mil caminos llenos de aventuras que sólo estaban en mi mente. Me escapaba de la realidad. Me sentía bella, libre, poderosa, como si fuera la princesa de un cuento de hadas.

Un año más llegaba a mi alma la magia del tiovio...