Entonces las cosas cambiaron. El tiempo dejó de ser nuestro
pero tampoco nos importó. Su llegada trastocó el desordenado orden de nuestras
vidas y nos trajo un sentimiento hasta aquel momento desconocido para nosotros
dos. La felicidad de ser madre y padre volvió a hacer que todo el tiempo del
mundo fuera nuestro, aunque ahora nos lo repartíamos entre los tres.
Que bonito! Es maravilloso poder tener una familia y repartir tu tiempo entre las personas a quien mas quieres en esta vida!
ResponderEliminarSaludos.
Gracias, Sandra. Tener una familia y/o buenos amigos con los que compartir nuestro tiempo es uno de los mejores regalos que la vida nos da. Te mando un saludo.
EliminarHola, acabo de descubrir tu blog, y ha sido todo un descubrimiento, que bonito este relato, felicidades, un beso. :)
ResponderEliminarMuchas gracias por tus amables palabras. Me alegra que te haya gustado mi blog. Bienvenida a él. Un beso.
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