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Foto: Lola Pena |
Muy pocas veces en mi vida he
sentido una felicidad igual. Mira que han pasado años; treinta para ser
exactos. Y cuántas cosas se sucedieron en mi vida: mi boda con Luisa; el
nacimiento de Vanesa; y, sin embargo, no he vuelto a sentir lo que sentí
aquella tarde. Sería la inocencia de mis cinco años; sería mi descubrimiento de
un nuevo mundo lleno de magia, colores, música… no lo sé. Fuera lo que fuese,
fue algo único.
Yo iba andando de la mano de mi
madre cuando entramos en aquel túnel oscuro. Recuerdo que me puse muy nervioso.
A mí no me gustaba nada la oscuridad cuando era pequeño. Incluso hoy en día
siguen sin gustarme los sitios con poca luz. Luisa dice que soy un poco
maniático. Yo creo que es que tengo un poco de claustrofobia.
Pero aquella tarde iba de la mano
de mi madre y eso me daba la confianza suficiente como para enfrentarme a lo
que fuera. Al final del túnel se podía ver una luz. Era amarillenta como si
fuera un sol al atardecer. También se oía un griterío. Las voces de otros niños
llegaban a mí con nitidez. No me podía explicar qué estaría pasando allí para
que hubiera tantas niñas y niños gritando.
A cada paso que daba por el túnel
me entraba más miedo. Llegué a pensar que igual no había sido buena idea haberle
hecho caso a mi madre. Ella me había prometido que aquello me iba a gustar,
pero yo, en aquel momento, ya no estaba tan seguro.
Cinco pasos más y el túnel se
habría acabado. En ese instante cerré los ojos y agarré con fuerza la mano de
mi madre. Entonces mi madre se paró y yo a su lado. Tardé unos segundos en
tener el valor suficiente para abrir los ojos de nuevo y ver lo que allí había.
Era como si un arco iris se hubiera metido en aquel enorme espacio. Rojos,
amarillos, verdes, dorados… estaban por todas partes.
Mi madre y yo buscamos nuestros
asientos. Nos había tocado en una fila que era de color azul. Enfrente de nosotros
había un gran círculo repleto de arena. Detrás de él había una gran cortina
roja y dorada.
De repente todo se quedó a oscuras.
Tan sólo un punto de luz iluminaba el centro de la gran cortina. Era como si
una luna llena hubiera bajado del cielo para ponerse allí. Todas las niñas y
niños nos habíamos quedado mudos a la espera de lo que pudiera suceder.
En aquel momento la roja cortina
se abrió por la mitad y salió andando un hombre vestido con un traje azul y un
sombrero muy alto. Se encaminó hacia la mitad del círculo de arena donde nos
hizo a todos una reverencia a modo de saludo:
“Buenas tardes a todas las niñas y niños, a
todas las mamás y papás, a todas las abuelas y abuelos, que han venido esta
tarde a ver el espectáculo del Circo Magic. Sean bienvenidos”.
Todos empezamos a aplaudir a
rabiar, a sonreír. Me sentía pletórico, feliz. Estaba deseando ver a los
payasos, a los equilibristas, a los leones… Y entonces fue cuando los tambores
comenzaron a sonar.
(Relato participante en el Taller nº26 "Móntate una escena" de Literautas. Mi relato es el número 14.)
(Publicado en MeGustaEscribir)